14.01.2011 Alessandro Di Maio

Reportage: Prostitucion y droga en Nueva York

“Girs, girl, coke, coke”, son estas las palabras dichas por un hombre de piel negra que se nos acerco en una fría noche de Marzo mientras caminaba por Times Square con un compañero de Singapur. Dicha voz con un fuerte acento Neoyorkino, provocaba que aquellas palabras resultaran incomprensibles.

Un foco desde arriba nos ilumina con luz roja. El hombre alto, aparece con una gorra de los New York Yankees, una chaqueta larga color marrón y un vaquero oscuro.

Dicha voz con un fuerte acento Neoyorkino, provocaba que aquellas palabras resultaran incomprensibles. Un foco desde arriba nos ilumina con luz roja. El hombre alto, aparece con una gorra de los New York Yankees, una chaqueta larga color marrón y un vaquero oscuro.

Como si de una maquina se tratara, sigue repitiendo aquellas palabras; luego acelerando su paso y poniéndose en frente de nosotros nos obliga a pararnos. Mi compañero yo y empezamos a tener miedo.

El desconocido nos sonreía, mostrando el espacio que tenia en sus dientes superiores.
“Que hacen solos? Buscan una dulce compañía? Necesitan chicas? Yo puedo ayudarles. Tengo las más lindas y jóvenes de New York”.

Mi mirada se encontró con la de mi compañero, le agradecimos su oferta y le dijimos que no, el hombre con un paso adelantándose nos dice: “Cuanto dinero tienen? Si me dan sesenta dólares yo haré que se diviertan”, dice el hombre parándonos nuevamente.

“Los llevo a esa esquina. Ustedes entran, pagan y luego elijen la perra con quien quieran follar”.

Con miedo, le agradecemos su oferta, pero la rechazamos. El nos ofrece otros servicios “Quieren droga? Les doy la posibilidad de probarla y si luego les gusta la compran. Es muy delgada, muy buena. Entonces que hacen?”

Movimos los ojos sorprendidos y más decepcionados que antes nos alejamos de ese hombre y del lugar. Después de algunos pasos, miramos hacia atrás y lo vimos ocupado convenciendo a otros posibles clientes.

Es difícil creer que en el corazón de la capital más grande del mundo, y primera potencia en lucha contra las actividades de este género, tenga cabida, de una manera tan explicita vendedores de droga y sexo.

Aunque si en este sentido la ciudad de Nueva York ha sido un mercado muy importante en años cuando los padrinos italo-americanos reinaban en el Anti-Estado, la financiación de las acciones militares de Washington en contra del narcotráfico internacional, una legislación mas rigurosa que llega desde las políticas religiosas del actual gobierno federal y los sucesos de la política de “Tolerancia cero” del ex alcalde de New York, Rudolph Giuliani, hicieron esperar a mucha gente la posibilidad de destruir estos fenómenos.

En un reciente estudio del Instituto de Investigación Biomédica y Farmacéutica de Norimberga, en las aguas del río Hudson que separan el Estado de New York del de New Jersey, se descubrieron más de 16 toneladas de residuos de cocaína que comparadas con los resultados de los test efectuados en otras grandes ciudades del mundo, han conferido a Nueva York el titulo negativo de capital mundial de uso de cocaína.

En los últimos años, la vida de los habitantes de la gran manzana ha mejorado gracias a la recalificación de áreas deprimidas de la ciudad, pero aún queda mucho por hacer.
Así piensa Antonio, un security men, un hombre de la seguridad que encuentro en un pequeño bar gestionado por una familia ecuatoriana en la Roosevelt Avenue en Queens.
Ha terminado hace poco su turno, y está vestido de calle, me pide mantener su anonimato. Acompañados de un plato de bananas fritas y dos vasos de naranjada, empezamos a conversar. Lo hacemos en español, porque Antonio es Boliviano de origen pero, como él mismo dice “ya soy mas yankee de muchos otros, también gracias a mi piel blanca. Vivo en los Estados Unidos desde muchos años y Queens siempre ha sido mi casa”, afirma cogiendo un pedazo de plátano del plato.

Le pregunto que sabe del tráfico de droga y de la explotación ilegal en la prostitucion. Él se ríe y moviendo en el aire el tenedor afirma: “Aquí hay de todo. Desde la venta de papeles falsos hasta la de droga, por no hablar de la prostitucion que sè que da mucho dinero. Algunos son inmigrantes latinoamericanos. Muchos entraron legalmente para luego quedarse en territorio estadounidense en manera ilegal. Es gente desesperada que lo hace para vivir mejor, para ofrecerles a sus hijos un futuro mejor, pero sin papeles validos las únicas oportunidades de trabajo que tienen están en el mundo del sumergido”.

Pido que sea mas preciso. Entonces él coje el vaso de anaranjada, toma un poco y señalando a las personas a fuera de la ventana dice: “Ves aquellas personas? Gente normal: está la señora que vende la lotería, aquella que camina con su hija, los dos chicos comprándose un hot dog, pero si pones mas atención veras chicos mas o menos de veinte años que están parados con las manos en los pantalones como si esperarán a alguien. Así funciona!”, exclama apoyándose el respaldo de la silla mientras me mira tomándose otro poco de naranjada.

Mirando a estos chicos reviví la escena de Times Square de los días precedentes. Luego Antonio me pregunta si deseo comer las últimas piezas de plátano frito que quedaban en el plato. Le digo que no, entonces él se las comió como si tuviese hambre.

“Algunos de estos chicos tendrán tarjetitas de visita con un nombre femenino – de estos que hacen intrigar la fantasía de un hombre como Samantha, Annebelle, Jessica – una foto en bikini de una joven y bella chica de aspecto latino y algunos numeros de celulares”, dice rápidamente Antonio.

Yo anoto todo en mi cuadernito, luego me siento mejor y tomo todo lo que queda en mi vaso.
“Hacemos una prueba en vivo?”, me pregunta riéndose.
Yo me río y contesto: “Claro que si! Pero tienes que hablar tu para tener mas información y luego decir que la cosa ya no nos interesa”.

Acepta. Pago la comida de los dos y salimos. El aire está frío y la acera esta llena de personas. Arriba hay un puente de hierro donde pasan los trenes que me acuerda un decorado de la película Blues Brother y que cubre el sol.

Empezamos a caminar. “Piensa que en algunas de estas tarjetitas está escrito “delivery”, como si se tratase de pizza”, dice moviendo la cabeza con desaprobación.

Le pregunto como hace a saber estas cosas y si nunca ha utilizado estos “servicios”. El se para en la acera y mirándome medio molesto me dice: “Amigo, yo tengo una mujer y tres hijos, como piensas que podría hacer algo así? Sé estas cosas porque las saben todos. La calle está llena de estas tarjetitas y luego no olvidarte que soy agente de seguridad de varios edificios y paso mucho tiempo a hablar con la gente”.

Por el frío caminamos con las manos en las chaquetas y la mirada hace adelante. Nos acercamos a un chico apoyado a la pared externa de una tienda con sus espaldas.

Antonio lo saluda en español y le pregunta la hora.“Las once y veinte”, contesta el chico. Entonces a voz mas baja de antes le pregunta si sabe donde se pueden encontrar chicas lindas y disponibles.

Al joven le brillan los ojos, baja la pierna que estaba apoyada a la pared y poniendo su mano en la bolsa de su pantalón saca una tarjetita. Los dos se dan la mano y la tarjeta llega rápidamente a mí: era como Antonio la había descrito.

“Sabes cuanto se paga y si las chicas son bellas?”, pregunta Antonio.
“Estas bromeando amigo, son muy hermosas, hacen todo lo que le pides. Hay de todo, de Colombia, Ecuador, México, Venezuela, absolutamente de todo. Una mas hermosa de la otra por solo sesenta dólares”, agrega dando la vuelta por mi lado y haciéndome gestos con las manos refiriéndose a las formas de los cuerpos de las chicas.

“Como llegamos ahí? “, pregunto yo.
“Pensaba que tu amigo no tenia lengua”, dice riéndose el chico a Antonio.

Yo hago un movimiento facial. El me mira y me pide perdón diciendo que estaba solo bromeando.
“Los acompaño yo si quieres, pero en ese caso tendrás que darme algo a mi también. Otra posibilidad es llamar a uno de los números de teléfonos que encuentran en la tarjetita que les di. Ahí les darán la dirección. Ustedes van ahí, entran y tendrán una caliente bienvenida. Son muy muy jóvenes pero saben donde poner las manos. Elijen una y viva la vida”, concluye el chico haciéndonos entender que ya hablo mucho.

Decimos que utilizaremos el número de teléfono en la tarjeta, lo agradecemos para su disponibilidad y lo saludamos. Nosotros lo hacemos en español, el en ingles.
Yo y Antonio caminamos nuevamente. Esta vez por el subway, la estación de metro más cerca donde yo tomaré un tren para regresar a mi albergue.

“Has visto como funciona? Satisfecho?”, me pregunta Antonio.
“Satisfecho”, respondo.
“No creo que el chico ganará mucho de todo eso. Podría ganar 15-20 pesos al día distribuyendo tarjetitas”, dice Antonio mientras que llegamos a la puerta principal de la estación.

“Pesos?”, pregunto yo riéndome.
“He dicho pesos?”, pregunta.
“Si lo dijiste”, digo yo riéndome y dándole la mana para saludarlo y agradecerlo.
“Me estoy haciendo viejo y me falta mi país”, se justifica Antonio estrechándome su mano.
No saludamos y alejamos. Compro mi billete de metro y lo veo salir de la estación desde la puerta de vidrio.

Articulo publicado por LaSpecula.com Magazine el 22 de Abril 2007.